sábado, marzo 04, 2006

Lento nocturno

Este año trajo primero los resfríos que la lluvia. Septiembre apenas si vislumbra el otoño y sin embargo yo comienzo de nuevo mi descenso. La lentitud me llama desde el otro lado de la calle, me hace señas con los restos del último trayecto de un antiguo viaje hecho vida, mostrándome su sonrisa flemática y desconfiada. Yo, apenas si asomo la mirada por la escalera pero veo que desciendo hacia otra edad, a un tiempo más acorde con el tiempo. Y, ¿cuál es esa edad? Aún no la puedo bautizar pero ya presiento su cercanía alrededor de mis pisadas De momento me viene a la memoria Ernesto Sabato anoche en el auditorio, despidiéndose de la vida después de tanta espera. Con noventa y dos años nadie se explica el porqué de su visita a Barcelona, pero es evidente: invitado a inaugurar un ciclo acerca de «literatura hispanoamericana», su charla, su lectura, consistió en el repaso en voz alta de un fragmento de Sobre héroes y tumbas en el que con unas cuantas líneas el personaje traza una de las poéticas más breves que conozco acerca del arte de la escritura. Sentado en uno de los infinitos muros del centro de Babilonia-Buenos Aires, en un momento de vértigo ante la población y los rascacielos de esa gran puta urbana que es en el fondo toda capital moderna, cae en la cuenta del sinsentido de las fatigas que afanan la existencia. Surge entonces el monumento de la escritura, esa obra de arte rotunda que escapa del tiempo y contribuye a la dignidad de una muerte, de cualquier muerte, ya que toda muerte posee su propia dignidad, como dice el artista. Fue entonces cuando el auditorio, con la respiración suspensa, acompañó a Sabato en su lectura entrecortada por el llanto. No hay duda: a sus noventa y dos años Ernesto Sabato ha venido hasta Barcelona para despedirse de la vida, lejos de donde la vida misma lo ha hospedado durante tanto tiempo. Tres minutos de aplauso sostenido y un hormiguero de jóvenes a su alrededor, a la final de la presentación, lo dicen todo. Quedan para la memoria su ternura y la lenta sencillez con la que batía la mano a su público lector y escucha.

Juan Pablo Roa